Por: Margarita Restrepo


Colombia está en la mira del terrorismo y del vandalismo. No hacemos frente a una legítima protesta social, sino a un inaudito rebrote de violencia estimulada desde los cuarteles de la extrema izquierda revoltosa que le apuesta a la destrucción total de nuestro Estado.


No nos llamemos a engaños: el modelo neocomunista que lidera Gustavo Petro es sinónimo de odio, de destrucción, de empobrecimiento y de fractura social.


Los números son entristecedores. ‘Fenalco’, gremio de comerciantes, asegura que cada día de paro significa una reducción en las ventas por más de $150 mil millones de pesos.


Ese es un dinero que dejan de percibir comerciantes pobres; muchos de ellos sobreviven del día a día. Además de las dificultades que se han visto obligados a sortear durante estos dolorosos meses de pandemia, ahora se suman las revueltas y saqueos.

El proyecto de reforma tributaria fue una excusa y no una razón real. Vimos en los medios de comunicación y las redes sociales a centenares de revoltosos asaltando sedes bancarias, grandes superficies y sistemas de transporte masivo como enajenados mentales que se valieron del caos para hacer de las suyas.

La Fuerza Pública también sufrió las consecuencias del desmadre. Un oficial de la Policía, el capitán Jesús Alberto Solano (director de la Sijin en el municipio de Soacha) fue brutalmente apuñalado por los manifestantes. Luchó infructuosamente por su vida, y a finales de la semana pasada falleció en el hospital al que fue remitido. Paz en la tumba de ese héroe de la Patria. Hago votos porque los asesinos reciban el mayor de los castigos.

Pero no podemos perder el foco. Los actos de terror y las muertes registradas tienen a un responsable: el señor Petro quien desde la comodidad de su lujosa mansión en las afueras de la capital de la República se ha empleado a fondo en el estímulo de las revueltas que sufre nuestro país.

No queremos más violencia. No queremos más vandalismo. Nos preocupan los hechos que se han registrado en ciudades como Cali, donde pareciera que no hay ni Dios ni ley. Las zambras que se han registrado en la capital vallecaucana son escalofriantes. Circulan imágenes de un ciudadano angustiado y sitiado que se vio forzado a disparar ráfagas de fusil para ahuyentar a la turbamulta enardecida. Esa no es la Colombia por la que hemos luchado a lo largo de las décadas. Nuestro país tiene que volver a los causes de la normalidad. El daño que Petro y sus aliados le han hecho a nuestra sociedad tiene unas consecuencias incalculables.

Esta, que ha sido una nación que ha podido sortear los mayores desafíos, no puede ahora rendirse ante el discurso incendiario de un megalómano enloquecido por el poder y capaz de cualquier cosa por alcanzar sus objetivos.

Nuestra posición debe seguir siendo la misma. Civilistas y defensores de la libertad democrática. No podemos caer en la trampa del petrismo. Tengamos siempre presente la enseñanza de Nietzsche: quien con monstruos lucha cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti.