Sus enemigos celebran con desbordado alborozo el haber logrado su cometido. No pudieron ganarle en franca lid por lo que resolvieron adoptar el camino de las ruindades, las infamias y los montajes.
Una estructurada y paciente campaña de desprestigio que poco a poco fue calando en algunas capas de la opinión, particularmente entre un sector de la juventud, ha empezado a dar algunos resultados.
Vemos a determinados muchachos repitiendo clichés prefabricados, citando cifras y hechos inexistentes, calificando a un gobierno del que no tienen conocimiento directo, pues cuando Uribe fue presidente ellos -muchos de sus críticos- estaban en pañales o dando sus primeros pasos.
Los juicios sobre los gobiernos y los gobernantes están cargados de pasión y subjetividad. El paroxismo es connatural a la acción política. Pero en cabeza de nadie puede caber la opción de fabricar de la nada un proceso penal, para llevar a la cárcel al dirigente más importante de las últimas décadas, con el propósito único de acallar su voz y minar su liderazgo social.
El presidente Uribe es un hombre inocente. Su accionar personal y político dan fe de aquello. Diariamente, entrega su vida al servicio de nuestro país. No hay un solo asunto de la agenda nacional que le sea indiferente. A todo le presta la misma atención.
Estudioso de las soluciones. Abierto a los diálogos y las controversias. Oye a sus compañeros de brega política y atiende a los opositores con respeto, aunque ellos no observen un mínimo de cortesía y reciprocidad.
Desde el encierro injusto en que se encuentra, no ha permitido que la infamia doblegue su entereza.
Las personas de talante como el presidente Uribe no se rinden fácilmente. La fuerza de sus convicciones les sirve de soporte y de motor. Por eso quienes andan profetizando el fin del uribismo, más temprano que tarde se llevarán una sorpresa agradable para el país, pero amarga para ellos: el exmandatario seguirá siendo un referente nacional, sobre todo en momentos en los que crece la amenaza de la extrema izquierda.
Confío plenamente en que el presidente logrará sacudirse de ese oprobioso montaje que alzaron sus enemigos. Una de las maneras de hacerlo, es permitiendo que el país entero conozca el expediente en su contra. Allí, se verán todas las irregularidades, se conocerá en detalle como operó la banda de falsos testigos y cómo se trazó una investigación penal que surgió de la interceptación ilegal de sus comunicaciones.
Poniendo a un lado la forma ilegal como se realizaron las chuzadas en su contra, debe tenerse muy claro que en ninguna de las más de 22 mil comunicaciones intervenidas, hay siquiera una insinuación para cometer un acto ilegal.
En lo personal, creo en el Uribe de ayer, ese líder que se trazó el propósito de salvar a Colombia del narcotráfico y del terrorismo. Gracias a su intervención, nuestra democracia no claudicó ante el asedio de los criminales. Creo en el Uribe de hoy que, a pesar de los golpes, sigue firme en su compromiso irreductible con el país.
Pero también, creeré en el Uribe del mañana, el Uribe de siempre, ese hombre que nos ha enseñado a anteponer los intereses superiores del país sin cuestionamientos ni miramientos de ninguna naturaleza.
Por él, por su libertad, por su legado, seguiré luchando mientras Dios me lo permita.