Si les soy sincero, uno jamás piensa que va a ser diagnosticado positivo de Covid-19. Siempre tenemos la tendencia a ver las cifras de contagiados como lejanas, pero las cosas no son así. El virus está más cerca de lo que podríamos imaginar y no discrimina ocupación, cargo, estrato o color de piel. Es la nueva realidad con la que tenemos que aprender a vivir.
A diferencia de otras infecciones o pandemias, esta tiene una facilidad de transmisión imperceptible que es casi mágica. No se requiere ni siquiera de una interacción estrecha para que el Covid entre al cuerpo.
En mi caso, siempre seguí al pie de la letra todas las instrucciones de las autoridades como el distanciamiento físico, el lavado de manos o el uso de tapabocas. Aún así, terminé contagiado, lo cual me reafirma dos cosas: la primera, hasta que no exista la vacuna no podemos bajar la guardia ni un solo segundo. La segunda, debemos cambiar nuestros hábitos de vida para lograr controlar la propagación de la enfermedad.
Como tal, el coronavirus tiene dos ventajas estratégicas que lo hacen bastante difícil de derrotar. Por un lado, la mayoría de los contagiados presentan síntomas bastante leves o somos asintomáticos. Por ejemplo, actualmente en el País el 11.38% de los positivos no manifestamos problemas de salud y el 78.04% solamente exponen eventualidades leves.
Además, en este sentido, el Centro para el Control de Enfermedades de Estados Unidos (CDC por su nombre en inglés) estableció que el porcentaje de contagiados por coronavirus que no presentan síntomas puede ascender al 35%, lo cual implica que identificar a un portador es casi una misión imposible.
Por otro lado, este virus tiene la capacidad de permanecer en superficies duras un importante periodo de tiempo. Me explico: mientras que en materiales como el papel o los pañuelos solamente dura cerca de media hora, en la madera y la ropa ese número asciende a un día, en el vidrio y los billetes a dos y en el plástico y el acero hasta cuatro.
Es decir, entre más sólida y menos porosa es la superficie hay mayor probabilidad de contagio. Por eso, aunque usemos el tapabocas más resistente del mercado y las máscaras faciales que queramos, estos esfuerzos pueden ser inútiles si no tenemos cuidado con los ítems que cojamos con las manos.
Nada más piensen en esto: cuando vamos a comprar algo tan sencillo como un café o un pan en una tienda, pagamos en efectivo y en la transacción utilizamos tanto billetes como monedas, puede que con el cajero o con las demás personas que están en la fila no tengamos contacto alguno, pero no hay forma de desinfectar el dinero físico que pasamos de mano en mano y en el cual puede reposar el virus por varios días.
Debido a esta situación, no solamente deberíamos implementar el uso de guantes como un elemento de protección igual de obligatorio al tapabocas, sino que podríamos utilizar esta coyuntura para dar el paso, de una buena vez, del dinero físico al virtual.
Por ejemplo, hoy en día en el País hay más de 15.700 cajeros electrónicos que son usados en promedio por casi 4 millones de usuarios al mes. Aunque en un inicio no lo habíamos visto como un problema, el flujo de efectivo que se genera en estas operaciones bancarias es un foco de contagio latente.
Por el contrario, si nos trasladamos al dinero virtual y nos apalancamos en los más de 403 mil datáfonos que hay en Colombia, podemos detener la velocidad de transmisión del virus. Al fin y al cabo, es mucho más sencillo y práctico limpiar una tarjeta que desinfectar todos los billetes y las monedas que podemos llegar a usar en un día.
Estas medidas, junto con las ya existentes, son nuestras herramientas para ganar esta batalla. No podemos desfallecer ni mucho menos encerrarnos indefinidamente mientras vemos cómo millones de empleos desaparecen, pero sí debemos adaptarnos a una nueva realidad de la que saldremos triunfantes de la mano de Dios.
Finalmente, no puedo terminar de escribir estas palabras sin antes agradecerles a todas aquellas personas que me han expresado su solidaridad y apoyo. Estas sinceras manifestaciones me fortalecen para seguir trabajando con devoción por el futuro de nuestro País.