Por: Nicolás Pérez
Senador de la República
Definir el legado de Álvaro Uribe no es difícil. Aunque algunas personas se obstinen en manchar su nombre con falsas acusaciones, lo cierto es que en la historia de Colombia quedará la marca imborrable de uno de los líderes más determinantes en sus 200 años de existencia. Con orgullo y sin ningún tipo de vergüenza defiendo su obra de Gobierno.
Para comenzar, no puedo dejar de recordar lo que era el País en el 2002. Más de 350 alcaldes de toda clase de municipios debían gobernar desde las capitales de los Departamentos ante la inevitable presencia del terrorismo en sus territorios. Además, el 49.7% de la población se encontraba bajo el flagelo de la pobreza monetaria, el 17.7% en pobreza extrema y 3.572 compatriotas habían sido secuestrados en el primer año del nuevo milenio.
Por si fuera poco, la tasa de desempleo llegaba al 15.7%, los colombianos presenciábamos una nueva burla de las Farc en el proceso del Caguán y las masacres paramilitares desangraban cuanta población se interpusiera en su camino. Éramos un estado fallido…
Por eso, no dudo ni un segundo en resaltar la labor que realizó Álvaro Uribe desde la Presidencia de la República. Hoy en día es muy fácil criticar las acciones tomadas desde la comodidad de un sofá, con un País económicamente estable y con el orden público estabilizado. Sin embargo, había que tener carácter para confrontar a los grupos armados sin titubeos en su momento de mayor auge y poner en marcha los cinco pilares que orientaron la actuación del Gobierno.
Gracias a la seguridad democrática los secuestros se redujeron a 282 en 2010, una caída del 92%, 15 mil paramilitares y 35 mil guerrilleros se desmovilizaron sin darles elegibilidad política ni negociar con ellos la agenda del País, los asesinatos disminuyeron en un 46%, las hectáreas de coca pasaron de 169.800 a 48.000 y nuestras Fuerzas Militares se convirtieron en ejemplo de excelencia a nivel internacional.
Gracias a la confianza inversionista la inversión extranjera pasó de US$2.100 millones a US$5.013 millones, el desempleo cayó al 11.8%, el PIB tuvo un crecimiento promedio de 4.1% con picos de 6.8% y 7.5% en 2006 y 2007, el País llegó al puesto 37 dentro del ranking Doing Business, nuestro mejor récord, y las calificadoras internacionales catalogaron a Colombia como un destino atractivo para hacer negocios.
Gracias a la cohesión social la pobreza monetaria cayó al 37.2% y la pobreza extrema al 12.3%, la cobertura del sistema de salud superó el 90% de la población, familias en acción pasó de cobijar a 320.000 hogares a 2.598.566 en 2010 y el gasto público en educación básica creció un 63%.
Gracias al diálogo popular se llevaron a cabo más de 300 consejos comunales a lo largo y ancho del País y el Presidente de la República dejó de ser una figura reinante en los escritorios y cocteles bogotanos para ponerse las botas y recorrer con vocación de servicio la totalidad del territorio nacional.
Gracias al estado austero la deuda externa del País pasó de representar el 39.9% del PIB en 2001 al 22.6% en 2010, la deuda bruta del Gobierno Nacional Central se disminuyó al 38.8% del PIB en 2010 y se reestructuraron y redujeron las nóminas de 468 entidades, eliminando así burocracia innecesaria para liberar recursos destinados a la inversión.
Ninguna otra persona ha sido capaz de ganar dos elecciones presidenciales en primera vuelta con márgenes de diferencia respecto de los segundos lugares que oscilaron entre el 21.8% y el 40.4%. Además, no ha habido otro mandatario con la capacidad de influenciar de manera determinante las tres elecciones presidenciales posteriores a su Gobierno.
Ese, precisamente, es el legado de Álvaro Uribe. Una muestra incansable de trabajo que se echó la Patria al hombro en el momento más difícil de su historia reciente y sentó las bases para que las próximas generaciones puedan vivir en un País mejor.