“…dictador me llaman, cuando hemos dejado nuestra obra en manos del Congreso de la República…pero lo que sí debo advertir es que si por alguna circunstancia las reformas se entrabaran en Colombia lo único que están haciendo es construir, no los caminos de un pacto social, no los caminos de la paz, aquí se está provocando una fase de violencia…
…aquí llegó el momento de levantarse, el presidente de la república de Colombia invita a su pueblo a levantarse, a no arrodillarse, a convertirse en una multitud consciente de que tiene en sus manos el futuro, el presente…”
Estas palabras, son parte del discurso de Gustavo Petro el pasado 14 de febrero, desde el balcón de la Casa de Nariño. Una nueva diatriba cargada de odio, división y resentimiento, que no deberían provenir de un individuo a quien la democracia le perdonó su pasado de guerrillero y le dio la oportunidad de participar activamente en política.
El que Petro sea hoy el Presidente de la República, es tanto un triunfo de la democracia –que él desconoce insistentemente—, como un fracaso de la justicia, que no solo pasó por alto su prontuario subversivo, sino que además, fue excesivamente condescendiente ante hechos tan graves como las irregularidades cometidas durante su paso por la Alcaldía de Bogotá o el tristemente famoso video recibiendo una bolsa de dinero en la penumbra o el denunciado “pacto de La Picota” en plena campaña presidencial.
Desde su discurso en el balcón del Palacio Liévano, en diciembre de 2013, tras ser destituido e inhabilitado por la Procuraduría General de la Nación, Petro se ha percatado del inmenso poder que alberga la movilización ciudadana, más aún si se le azuza con retahílas incendiarias, en las que explota hábilmente inconformidades reales o creadas para su audiencia.
Desde el momento en que reconoció su derrota en las elecciones de 2018, Petro anunció que se valdría de la movilización ciudadana para asirse del poder, ya sea a costo de hacer inviable el gobierno de quien había salido electo o para que el desprestigio de éste lo catapultara como el redentor que hoy se cree. Y en su empeño, no escatimó esfuerzos.
Petro fue activo promotor de lo que denomina “estallido social” de 2021, justificando e incitando la paralización y grave afectación de la economía del país. Aún hoy no se apacigua el dolor de las familias por los Policías torturados y asesinados durante las protestas, o por los inocentes muertos al impedirles la asistencia médica que requerían, como tampoco la grave afectación a la cadena productiva y comercial nacional.
Ahora, como presidente, Petro recurre a la misma estrategia para presionar sus reformas; con plena seguridad, el “balconazo” del 14 de febrero no será el único; tendremos que soportarlos con mayor o menor frecuencia, en la medida del avance de sus absurdos caprichos.
Aunque tiene todo el derecho de comunicar los asuntos de especial interés nacional, nada, absolutamente nada, lo legitima ni lo excusa para incendiar al país, de nuevo, ni mucho menos para amenazar la institucionalidad con la violencia experimentada en las calles hace apenas un par de años si no se alinean con sus propósitos.
Ante la eufórica, pero escasa asistencia que lo escuchó durante más de hora y media en la Plaza de Armas de la Casa de Nariño, entre las que se enarbolaban algunas banderas del M-19, Petro dejó en evidencia el modo en que “gobernará”; abrazado a lo que se ha venido conociendo como “estado de opinión”, pretenderá pasar por alto el estado de derecho y la institucionalidad republicana que tanto sacrificio nos ha costado como sociedad.
A pesar de todo, la masiva movilización ciudadana del día siguiente nos debe llenar de esperanza a los colombianos y de preocupación a Petro; el costo de lo que hemos logrado como sociedad, por encima de adversidades que pocas han tenido que experimentar, como el terrorismo y el narcotráfico –con los que hoy se negocia—, movió a miles de colombianos a salir a las calles a manifestar su descontento. Si lo que quería Petro al convocar y promover las marchas a su favor el 14 de febrero era revalidar el apoyo ciudadano a sus iniciativas, las del 15 de febrero lo que dejaron en evidencia, por una amplísima mayoría, es que sus reformas no tienen respaldo.