Es un hombre con un elevado sentido de la responsabilidad, anteponiendo siempre los intereses de la nación. Desprendido de las vanidades que trae consigo el poder, entiende que aquel es útil para procurar un mejor presente y un futuro promisorio a la Colombia que él ama devotamente.
En su discurso de posesión, el 7 de agosto de 2002, nos dejó claro cuál era su talante. Recordemos el país que recibió. Invadido de cultivos ilícitos. Hostigado por los terroristas -mientras tomaba posesión, las Farc lanzaban morteros artesanales contra el Capitolio Nacional- y con unas instituciones preocupantemente debilitadas. Con toda certeza anunció que él no llegaba al primer cargo de la nación a quejarse, sino a trabajar.
Fueron 8 años de labor ininterrumpida. Colombia resurgió de entre las cenizas. El Estado de Derecho recuperó el terreno perdido. Los ilegales, por primera vez en la historia reciente, fueron implacablemente enfrentados por unas fuerzas del orden profesionales y decididas.
Ninguna guerra puede ganarse si el comandante en jefe no da ejemplo. Y eso fue lo que durante los casi tres mil días en los que estuvo en la presidencia de la República, hizo Álvaro Uribe Vélez.
Su figura es respetada a nivel mundial. Los gobierno y países amigos de Colombia lo respetan, lo ponderan y lo aplauden. Son muchos los que toman su estilo de trabajo y de gobierno como un modelo a seguir.
Como todos los grandes de la historia, ha sido perseguido, su nombre vilipendiado y ultrajado. Los que jamás podrán ganarle limpiamente en la democracia, se dieron a la tarea de acabarlo moralmente. Los comunistas, devotos seguidores de teorías ‘gramscianas’, llevan décadas intentando minar su reputación para sacarlo del camino y, si les fuera posible, de la historia de Colombia.
Ayer, el presidente Uribe llegó a los 69 años. Todavía tiene muchos por delante. Él no es un político dispuesto a pasar al retiro. Seguirá ahí, vigente, siempre dispuesto a aportarle al debate nacional. Él, que ocupó la más alta dignidad de nuestra República, en vez de recluirse en sus recuerdos, insiste en seguir atendiendo los problemas sociales de Colombia. Le duele el país, le angustian las dificultades de las gentes, le preocupa el crecimiento económico. Ha sido, es y hasta el último instante de su vida, continuará siendo un servidor.
Tiene un lugar ganado en la República, no importa el daño que quienes han entregado sus vidas a odiarlo hagan para mancillar su legado. Los hechos son incontrastables y el juicio implacable pero ponderado de la historia claramente será favorable a él.
Me valgo de estas líneas más que para felicitarlo por su cumpleaños, rendirle un homenaje a ese hombre que es merecedor de mi admiración y respeto. Su causa, es mi causa.