La frase políticamente correcta, apunta a que hay que permitir la protesta siempre y cuando esta sea pacífica, porque así lo contempla nuestra Constitución.
Pero no nos digamos mentiras: desde el primer momento, se sabía que lo que empezó a surtirse en nuestro país, estaba en las antípodas de lo que significa una jornada sosegada.
Nadie puede saber cuándo y cómo terminará todo esto. Pero lo que no podemos dudar, es que los extremistas encendieron una hoguera que aún sigue prendida. Mucho se especula, pero yo prefiero guiarme por los hechos.
Esta situación, fríamente calculada por los sectores más reaccionarios e intolerantes de la izquierda colombiana, le costará muchísimo a nuestro país. Además del dinero que se ha dejado de producir desde la semana pasada, el daño más grave y que lamentablemente perdurará, es el del odio que ciertos dirigentes políticos, han inoculado en el alma de miles de jóvenes colombianos.
En democracia, hay que aprender a tolerar y respetar reverencialmente las diferencias. ¡Claro que hay personas que no creen ni comparten las ideas del gobierno actual! Hace unos años, nosotros, que estábamos en la oposición, hicimos uso del derecho legítimo para expresar el descontento. Pero jamás estimulamos la violencia, ni los saqueos, ni mucho menos la ira.
Habían pasado 42 años sin que las alteraciones del orden público, forzaran a que en Bogotá se decretara un toque de queda.
El viernes pasado, la situación rebosó todos los límites, razón por la que el presidente y el alcalde mayor de la capital, se vieron forzados a enviar a todos los ciudadanos a sus respectivos hogares.
¿Cómo justificar la destrucción de bienes públicos? Las escenas que vimos, son terroríficas. Estaciones de Transmilenio hechas miseria, calles forradas de piedra, fachadas incendiadas. ¿Y para qué?
El grueso de los manifestantes de Bogotá – si no todos-, son usuarios del Transmilenio. Y son ellos, los más perjudicados con los daños -calculados en $20 mil millones de pesos- que se le causaron al sistema de transporte. Serán ellos, los que sufrirán una obvia afectación en el servicio, mientras se culminan las obras de reconstrucción de las estaciones que fueron prácticamente demolidas por la descontrolada turbamulta.
Según el Ministerio de Defensa Nacional, más de 300 miembros de la Policía Nacional han resultado heridos durante estos días de protesta, mientras que tres de ellos fueron cobardemente asesinados en el Cuaca. ¿Matar a humildes policías para expresar un descontento? Eso no lo comprende absolutamente nadie.
Si quieren protestar, que lo hagan, pero respetando a los colombianos. Y si rompen las normas elementales de conducta, que nuestra Fuerza Pública siga interviniendo para proteger a los colombianos de bien, que no están de acuerdo con la virulencia que hemos visto hasta el momento. A la brava y acudiendo a la violencia, se deslegitima cualquier demanda, por sólida que ésta parezca.
Hoy domingo, mientras escribo estas líneas con el corazón compungido, no puedo dejar de pensar en el daño que los que no asumieron con talante democrático el resultado de las elecciones del año pasado, le hacen a Colombia.
Parece que su lógica enrevesada, les indica que como no fueron capaces de conquistar a la mayoría de los electores, entonces es procedente incendiar al país, como si estuvieran desquitándose de las mayorías que optaron por la elección de Iván Duque.
No. No es así. Durante los 200 años de existencia republicana, hemos tenido que sortear todo tipo de dificultades y las hemos podido superar.
Colombia es una joven nación, pero curtida. Ha dado sobradas muestras de capacidad para enfrentar los más grandes desafíos y siempre, absolutamente siempre, ha salido victoriosa. Y esta vez, tengan la certeza, no va a ser la excepción.