Por: Margarita Restrepo.
Las fuerzas de seguridad del Estado y los organismos de inteligencia trabajan a marcha redoblada para dar con los autores del atetando terrorista contra el presidente Duque en la ciudad de Cúcuta.
Hemos llegado a un punto muy delicado en esta oleada de violencia que se está registrando en el país. La noticia del ataque al helicóptero en el que se desplazaba el primer mandatario y dos ministros -Interior y Defensa- nos lleva a recordar los años aciagos en los que los terroristas adelantaban acciones demenciales en contra el presidente de la República.
El 7 de agosto de 2002, mientras el presidente Uribe tomaba posesión en el Capitolio Nacional, las Farc lanzaron decenas de artefactos explosivos artesanales contra la Casa de Nariño, la Plaza de Bolívar y el propio recinto donde se producía la juramentación.
En febrero de 2003, las Farc activaron una casa bomba en la cabecera del aeropuerto de Neiva, con el objetivo de impactar al avión presidencial.
En 2005, en esa misma ciudad, un comando de la columna ‘Teófilo Forero’ volvió a atentar contra la aeronave, esa vez lanzando un misil contra la misma. Milagrosamente el rocket se desvió y no pudo impactar al objetivo.
Desde el instante en que Petro perdió las elecciones de 2018, anunció públicamente que no iba a dejar que el presidente Duque gobernara. Aseguró que iría al congreso a ocupar la curul reservada para los derrotados, no para legislar sino para fustigar a la nueva administración.
El discurso incendiario, violento y cargado de falsedades que difunden Petro y sus más cercanos colaboradores, es el responsable directo de los episodios de violencia que se viven en Colombia.
Empezaron con unas pedreas, luego con unos ataques contra la Fuerza Pública. Siguieron con el bloqueo de carreteras, puertos y lugares estratégicos. Y ahora, suben la apuesta atentando contra el presidente Iván Duque a quien quieren sacar del camino al precio que sea.
No pocos activistas adscritos al petrismo han expresado que el propósito suyo es el de sacar al gobierno elegido democráticamente del poder.
Es cierto que la popularidad del presidente Duque está pasando por un mal momento. Pero ello es consecuencia de la guerra sucia que se ha desatado en su contra, de las mentiras sistemáticamente difundidas por sus opositores que, irresponsablemente, no ahorran esfuerzos envenenando a los corazones de millones de personas que, en medio del agobio y el desespero, han volcado su malestar y frustraciones en contra del primer mandatario.
El terrorismo, el narcotráfico, las estructuras armadas al margen de la ley han hecho su “agosto” durante el paro criminal. El caos es lo que más les conviene a los criminales. En tanto más enredado sea el panorama, con mayor facilidad podrán moverse los delincuentes.
Norte de Santander, departamento azotado por el narcotráfico y el terrorismo, es uno de los principales objetivos de la política de seguridad del presidente Duque, cuyo gobierno está a pocos días de iniciar la fumigación de cultivos ilícitos. La región del Catatumbo es, sin duda, una de las mayores zonas invadidas con plantaciones de coca.
Iván Duque es el enemigo más recio que tienen los delincuentes. Él, que es un gobernante decidido e incorruptible, está en la mira de los terroristas. Y lo que era una simple amenaza, por poco se convierte en una tragedia. Por su reciedumbre, su valentía, su disposición a no dejarse arrodillar por los violentos ni por la oposición de la ultra izquierda es que el presidente Duque está en la mira de los antisociales.