Con profundo dolor escribo estas líneas en las que quiero resaltar mi admiración, gratitud y respeto hacia el presidente Uribe, ese hombre al que he tenido el privilegio de acompañar durante estos años de batalla política y que hoy es víctima de una implacable persecución.
Quienes lo conocemos y hemos trabajado a su lado, solo podemos dar fe de su transparencia, honestidad, carácter, coherencia y lealtad. Lealtad a las personas y lealtad hacia el país.
En la bella confrontación democrática, las diferencias se dirimen en las urnas. Desde que comenzó este siglo, Uribe ha sido un hombre imbatible. Sus propuestas programáticas han contado con el favor del pueblo que lo llevó dos veces a la presidencia de la República. Pueblo que en 2010 fue engañado por Santos quien se presentó como el continuador de la obra política del uribismo.
En 2014, las ideas de Álvaro Uribe volvieron a ganar en unas elecciones en las que el dinero de la corrupción de Odebrecht financió el fraude contra el candidato del Centro Democrático. Vino el plebiscito de 2016, donde la solidez de los argumentos uribistas no pudieron ser derrotados por la guerra sucia desatada por el régimen santista que, a pesar de haber puesto a todo el Estado al servicio de la campaña por el SI, perdió en las urnas.
Santos y las Farc desconocieron el resultado e impusieron el acuerdo a través de una maniobra insólita, valiéndose de una proposición en el Congreso de la República. Un pupitrazo, sepultó el voto de casi 6 millones y medio de ciudadanos que libremente le dijeron NO al acuerdo que a espaldas de los ciudadanos se negoció en La Habana.
Para los validadores de la impunidad, resulta imprescindible sacar del camino a Álvaro Uribe, la persona que hace las veces de muro de contención contra el terrorismo.
Tremendamente dañino que la justicia se haya convertido en el escenario para dirimir las diferencias políticas. Los terroristas de las Farc y sus aliados, esos mismos que no han podido y jamás lograrán derrotar al uribismo en las urnas, concurrieron a los tribunales con una serie de falsos testigos con el fin de fabricar un expediente en contra del presidente Uribe.
No quiero anticiparme a los acontecimientos, pero con lo que hasta ahora hemos registrado es suficiente para que los uribistas sintamos un profundo dolor. Es injusto que una persona de la estatura política de Álvaro Uribe, que en su vida ha cometido un delito y que ha hecho una carrera política inmaculada, sea sometida al escarnio y al matoneo moral que lideran sus opositores.
El proceso contra él, y por el que fue llamado a indagatoria, es un monumento a la bajeza y a la mezquindad.
Como líder político y como ciudadano en pleno gozo de sus derechos, quiso denunciar y poner en conocimiento de la justicia el montaje de que ha sido víctima por parte de Iván Cepeda, quien desde hace más de una década -y está plenamente probado- ha estado recorriendo las cárceles de Colombia con el propósito de encontrar falsos testigos que enloden al expresidente.
Las injusticias que se cometen contra el presidente Uribe laceran el alma. Pero aquellas, no lograrán minar nuestra vocación, ni nuestra disposición de seguir acompañándolo y defendiendo sus ideas en todos los escenarios democráticos posibles.
El mejor homenaje que podemos rendirle a ese gran hombre que es Álvaro Uribe es a través del trabajo decidido y sin descanso por la promoción de sus ideas políticas que son las que necesita Colombia para seguir progresando.