Hemos venido hablando de la necesidad de brindarle a las empresas de todos los tamaños la financiación necesaria para poder afrontar las consecuencias de un país económicamente cerrado. Las empresas se quiebran por la falta de caja y no por el PyG, y de quebrarse las empresas, los trabajadores quedarían en la calle y la situación social del país se reventaría al igual que las empresas.
El riesgo de mantener cerrada la economía es que muchas empresas tristemente se queden en el camino. Por otro lado, muchos trabajadores independientes habrán acabado con sus ahorros y miles de trabajadores dependientes y sus familias, seguramente estarán desprovistos de ingresos para su sustento. El hambre y el desabastecimiento son los grandes “cocos” a los que nos enfrentaremos.
Para combatir esta situación, el Gobierno Nacional ha dispuesto de diferentes incentivos y recursos que introdujo a través del mercado financiero a la economía; incluso brindó garantías bancarias a través del Fondo de Garantías al 90%. Aun así, y a pesar de la intención del Gobierno y de las empresas de acceder a los créditos, han encontrado profundas trabas para lograr alcanzar el tan anhelado alivio económico. La caja mágica, ese salvavidas que les permitiría subsistir a miles de empresas, les ha sido permanentemente negado, en momentos de crisis cuando el correr del tiempo apremia y asfixia.
Los bancos son instituciones necesarias en el marco de un Estado liberal que busca el desarrollo económico y el progreso social de un país. Estas instituciones no son muy queridas, pero son fundamentales y constituyen el soporte de la liquidez de la economía. Somos conscientes que son los responsables por el dinero de los ahorradores y que los deben de manejar con total responsabilidad. Pero hoy tienen una responsabilidad histórica, que es la de dar liquidez al sector productivo del país y salvar a las empresas. Tienen en sus manos las herramientas necesarias para ser los héroes de esta historia. Sin embargo, a hoy nos los siento en este rol. Están limitados por los excesivos controles y sus políticas de riesgo. Están poniendo trabas, exigiendo nueva documentación, garantías altas y, para ponerlo en plata blanca, no quieren soltar el billete, aun con las garantías que dispuso el gobierno.
La fórmula para salir de esta pandemia aun está por descubrirse. Seguramente los créditos con componente social deben ir en casi todos los modelos que busquen salir de esta difícil situación. El asistencialismo estatal que hoy se ha implementado para ayudar a los más vulnerables es necesario en esta crisis, pero no es sotenible en el tiempo y es peligroso tanto para el Estado como para los beneficiarios. Por el contrario, salvar a las empresas con ayuda de todos, incluyendo los bancos, es la forma de proteger el empleo, la producción, el abastecimiento, y evitar el hambre y la agudización de la pobreza.
Debemos Pararle-Bolas a la manera como traducimos en hechos las buenas intenciones y políticas diseñadas por el gobierno para salvar el empleo. Los bancos no pueden ser el obstáculo, deben ser más bien los héroes que posbiliten irrigar la caja al aparato productivo del país. Miremos menos el riesgo y más los puestos de trabajo. Tal vez no van a ganar e incluso puede que pierdan, pero sería por primera vez en muchos años de grandes utilidades. Pongamonos la mano en el “considere” otorgando tasas bajas y a largo plazo. Pidamos menos codeudores y fotocopias de la cédula al 150% y confiemos. No descartemos el riesgo sistémico, pero combatámoslo activamente inyectando capital a la economía. Si se quiebran las empresas por falta de caja, ¿de qué van a vivir los bancos a futuro? Piensen en el retorno al largo plazo, piensen que hoy invierten prestándole a las empresas para que éstas no se mueran y que después, solo por el hecho de haber sobrevivido, podrán seguir siendo sus clientes y retornanles la inversión. Hoy más que nunca puedo afirmar que sin los bancos no habrían empresas, pero también, que sin empresas tampoco habrían bancos.