Por: Margarita Restrepo
Con tristeza, vemos cómo se ha fracturado nuestra sociedad por la desgraciada lucha de clases que poco a poco ha ido enervándose en el alma de muchos de nuestros jóvenes que han visto en el anarquismo y el desorden un estilo de vida.
Los actos vandálicos que hemos visto en las ciudades de nuestro hermoso país, además de entristecer, nos muestran una realidad pavorosa: el odio que carcome a un sector de la vida política nacional que le apuesta el todo por el todo por el caos y la destrucción.
Los límites propios de la vida en democracia aparentemente han dejado de existir. La tan mentada protesta pacífica -esa misma a la que centenares de uribistas hemos acudido desde siempre- fue aplastada por las jornadas de violencia e intimidación.
El anarquismo, incontrolable por su propia naturaleza, se ha regado como sustancia combustible, haciendo estragos y llenando de pánico a millones de compatriotas que hoy temen expresar su repudio frente a las acciones vandálicas, pues creen que los antisociales se volverán en su contra, ya sea física o virtualmente a través de las redes sociales.
El debate con argumentos, fue desplazado por los insultos. Seguidores de la extrema izquierda, acuden a las vulgaridades y los acosos para minar moralmente a sus contradictores.
Pero a esa Colombia invadida por el caos, se enfrenta otra. La pujante, la que no se rinde, la de millones de personas que han soportado con entereza las vicisitudes de la pandemia, la de trabajadores incansables que solamente piden que se les permita seguir en sus labores para seguir hacia adelante y ayudar a que el país salga del atolladero en el que se encuentra.
Empresarios comprometidos, con sentido social, jugados por Colombia, jugados a fondo en la búsqueda de soluciones y alternativas. Personas que no permitieron que la devastadora pandemia les arrebatara el amor y la confianza en la patria que los vio nacer.
Artistas que, sin ser ajenos a la situación nacional, entienden que esto es aportándole a las soluciones a través de propuestas constructivas y no destructivas.
Deportistas como Egan Bernal -hay muchísimos más- que en medio de la zozobra nos han hecho palpitar de emoción con sus victorias, que son las victorias de todo un país que, al margen de sus diferencias, celebra con ellos.
No creo en la política donde hay vencedores y vencidos. No se trata de que un sector aplaste al otro, ni que lo constriña o persiga. Daño irreparable le hace a nuestra República esa facción extremista que se está preparando para las elecciones del año entrante estimulando la violencia y el caos. Enfrentémonos en franca lid. Analicemos con vehemencia pero respeto a las leyes nuestras ideas, debatámoslas y que al final del día los ciudadanos, que son los depositarios de la soberanía nacional, decidan cuál es el camino por el que transitará Colombia.
Los que promueven esa Colombia caótica, desordenada, subsumida en la violencia, tendrán que entender que eso que están haciendo riñe con la democracia. Lo de ellos no es política; es terrorismo.