Por: Margarita Restrepo
Es común que aquellas personas que defienden el aborto, descalifiquen a quienes nos declaramos defensores de la vida con señalamientos relacionados con nuestras creencias religiosas.
No deja de ser paradójico que los que se proclaman como los abanderados de la defensa de las libertades humanas, intenten cercenar las posiciones políticas de quienes pensamos distinto a ellos, reduciendo la discusión a un asunto de la Fe, a través de razonamientos hiperbólicos como el de que estamos “legislando con la camándula en la mano”.
Al margen de las preferencias religiosas-yo soy católica practicante-, el asunto del aborto debemos abordarlo desde una perspectiva legal y científica. Empecemos por el artículo 11de nuestra Constitución Política: “El derecho a la vida es inviolable. No habrá pena de muerte”.
¿El aborto es un asesinato? Entendiendo que, de acuerdo con la ciencia, la vida se produce desde el mismo instante de la fecundación del óvulo, es evidente que cualquier acción contra el normal desarrollo del feto debe ser asumida como una acción ilegal. Y si se interrumpe la vida del ser que se encuentra en formación, debe concluirse que estamos ante un crimen.
El fenómeno de los embarazos no deseados merece ser abocado con seriedad y profesionalismo. La solución no está en el aborto, ni mucho menos puede caerse en la falacia de que la legalización de esa práctica, acabará con los antros en los que se adelantan ese tipo de procedimientos, pero de manera clandestina.
Abrir la puerta para el aborto sin condicionamientos, hará asumir que aquello es un mecanismo de planificación, algo que la sociedad no puede permitirse.
La ciencia, por su propia naturaleza, debe estar al servicio de la humanidad y no en contra de ella. Y si algo es retardatario y oscurantista es, precisamente, el aborto.
Stalin fue uno de los más despiadados genocidas de nuestra historia y manejaba la tesis sanguinaria de que el problema se soluciona matando a la persona causante del mismo.
No puedo ni quiero negar que los embarazos no deseados son un problema de gravísimas magnitudes, pero la respuesta no puede darse a través de la adopción de medidas “estalinistas”, sino la implementación de alternativas realmente eficaces, vanguardistas y de fondo. Quienes ejercemos representación política y hemos observado interés en el debate sobre el aborto, tenemos el deber de analizar esta problemática con la seriedad que amerita, buscando la implementación de políticas públicas sensatas, siempre pensando en el bienestar tanto de las mujeres como el de los niños que están en el vientre de sus madres.
La educación sexual no puede ser una materia más del pensum. Es un área definitiva para todos y debe empezar a dictarse desde el momento que sea prudente y pertinente, pero con la profundidad que corresponde.
Para que el debate sea fructífero, debe empezarse por observar respeto por las posiciones antagónicas. Flaco servicio le hacen a esta discusión los que descalifican a quienes practicamos la Fe católica. Aquello merece todo el reproche, ese mismo que debe hacérsele a las personas que señalan a los que propugnan por el aborto, acusándolos de ateos o seguidores del demonio.