Parece que no somos más. Entre el Covid y la Coca pasamos los días de claro en claro y las noches de turbio en turbio.
Por supuesto que la pandemia es más urgente. Los hospitales revientan, los médicos y los enfermeros no dan más, los hornos crematorios no pueden quemar tanto muerto. Y para que las cosas no sean peores, el Gobierno, o todos los gobiernos, no atinan más que a dejar en confinamiento a la gente. Lo que no sirve para nada, sea dicho, pero tranquiliza la conciencia de los que no hacen nada.
Mientras esta tragedia se cierne sobre todos, una buena parte de esos todos se dedican a salir de farra, beber trago, saludar raperos y cuanto conviene a la propagación de la plaga. Frente a esa conducta irracional, estúpida, criminal, bueno es un programa de televisión sin rating, pero con mucha mermelada de adobo.
Pasamos tres semanas sin vacunas, pero ya vienen unas cuantas para hacer menos afrentoso el panorama. El Covid nos está comiendo, pero tenemos el consuelo, inmarcesible, de que en la India están peor.
La corrupción y la cobardía hacen lo suyo en este panorama desolador. Por la primera, andamos más que quebrados. Por la segunda no somos capaces de fumigar cultivos y la cocaína hace su agosto todos los meses.
El primero de los quebrados es el Gobierno y como tanto le importa salir de su quiebra, condena a padecerla a todo el resto de la sociedad. La Reforma, vestida con la túnica de la solidaridad, nos acabará de matar.
Que podamos recordar, este es el primer moribundo al que le dan de remedio una paliza. Hace rato nos decían, idiotas que somos, que el primer objetivo del Gobierno era la recuperación económica. Ahora nos dicen que la ruina, el desempleo, la caída de las exportaciones, importan una higa. Lo importante es lavarle la carita al doctor Duque ante la Historia. Conseguido ese propósito, lo demás vale un huevo, calculado en su precio por el doctor Carrasquilla.
Es un enigma averiguar lo que el Gobierno piense y quiera hacer en esta nueva emergencia. Fuera de encerrarnos no se le ocurre otra cosa. Los médicos de Antioquia, agobiados, exhaustos, piden una cuarentena de dos semanas, que lo sea de veras. Los del resto del país se asocian en una súplica porque puedan aliviar su trabajo. Y mientras tanto los alcaldes vacilan, los gobernadores no dan pie con bola y el Presidente perora sobre la solidaridad que será tabla de salvación, refugio ante el dolor, esperanza de los caídos, remedio universal. Algo así como el Bálsamo de Fierabrás, que era bueno para curarlo todo. La humanidad siempre ha vivido de ilusiones.
Mientras todo esto pasa, la coca sigue cobrando su factura de dolor y muerte. El que tenga alguna duda, repase un excelente artículo del diario El Tiempo sobre el Departamento del Cauca. Allá se han dado cita todos los demonios, pero su miseria no es exclusiva. Buenaventura está peor, aunque no se hable de ella, terapia infalible para las miserias. El Chocó, siempre pobre porque se lo robaron siempre, se volvió violento. El Bajo Cauca de Antioquia es tierra fecunda para los bandidos de todos los pelambres. El Catatumbo puede ser peor que el Cauca y Arauca ya no se sabe de quién es, si parte de Colombia o del Cartel de los Soles.
La cocaína ha despedazado a Colombia. Le robó el sentido de la dignidad y de los valores. Aquello de trabajar, trabajar y trabajar fue reemplazado por aquesto de coronar, coronar y coronar. Un solo pase mágico resuelve todas las penurias y enriquece gratis, aunque sea a costa de la sangre propia o de la ajena.
Que nos come el contrabando, lo han dicho todos. Pero no todos saben que la cocaína lo paga, lojustifica, lo multiplica.
La inseguridad en las ciudades y los campos también es hija de la cocaína. No hay poblado en Colombia sin ollas surtidas por el negocio maldito. Y no hay atraco, homicidio, robo, violencia que no provenga, más cerca o más lejos, de uno de esos almacenes del vicio y del dolor.
Pero de la fumigación, ni hablemos. Con más de doscientas mil hectáreas de bosques destruidos, con decenas de miles de desplazados, con todas las desventuras sumadas, a la Corte Constitucional le preocupa el daño ambiental de ese maldito glifosato, el mismo por el que son posibles los cultivos que nos dan de vivir. Y el Gobierno le come el cuento, muerto de miedo de lo que digan esos nueve magistrados, de donde no se saca, todos sumados, un jurista elemental y simple.
Nos comieron el Covid y la Coca, en mala hora sumados, para colmo de desdichas, a la corrupción y la cobardía. ¡Enhorabuena!