La primera condición para que prenda el comunismo en alguna parte es la pobreza. En esto también se equivocó Marx, el profeta más equivocado de la historia. No hubo nunca comunismo en países industrializados y prósperos.
Pues andamos de bruces en un proceso de pauperización, que veíamos claro antes del coronavirus y que ya no deja sombra de duda.
La catastrófica caída del PIB, la riqueza colectiva, decimos para simplificar, calculada en un oprobioso -5.5% anual, va ya en boca de expertos como José Antonio Ocampo en un espantoso -7.5%. ¡Y la noche que llega!
Esta maligna circunstancia viene de la mano de un desempleo insoportable del 25% en las ciudades capitales, que es donde se hacen las revoluciones comunistas. Nunca nos habíamos aproximado a esa enormidad.
El déficit en la balanza comercial, atenuado por la caída dramática de las importaciones, otra señal de pobreza, valdrá miles de millones de dólares que no tenemos.
Las exportaciones son una vergüenza. Como hace ochenta años, mandamos al exterior un poco de petróleo, unos cuantos granos de café, unas toneladas de banano, para darle nombre a la República, unas flores y algunas cabezas de ganado en pie o en canal. Las que llaman de valor agregado, que incorporan tecnología moderna y trabajo calificado son de llorar.
La balanza de otros bienes es todavía peor. Algo equilibrábamos con unas remesas, en parte auténticas y en parte producto de la cocaína, pero ya no tendremos cómo manejarla. Lo que se llama el servicio de la deuda, las regalías por uso de patentes o de marcas, la inversión que hacemos en el exterior y las utilidades y dividendos de las empresas extranjeras, son de magnitud inalcanzable. Porque la contrapartida esperada en la inversión extranjera es cada vez más endeble. Total, que lo que se conoce como el déficit en cuenta corriente crece como la espuma.
Ante semejante sombrío panorama, hacemos mercado con plata prestada. El endeudamiento externo, tanto del sector público como del privado llega a niveles de vértigo. El Ministro Carrasquilla nos habla de un endeudamiento público del 70% del PIB.
Esta combinación de factores adversos no lo podemos ignorar, ni encubrir. Y no sería inteligente hacerlo. Lo peor de un quebrado, como de un alcohólico o de un drogadicto, es el síndrome de la negación.
Le estamos sirviendo el plato al comunismo. Ante problemas de esta clase, le toca el turno a la demagogia. Hay que subir los impuestos a los ricos, dicen los insensatos y los perversos. Hay que nacionalizar empresas, dicen los populistas. Hay que castigar a los bancos, repiten los imbéciles. Y por supuesto, como condición esencial, hay que derrotar en las elecciones a los burgueses, a los capitalistas.
Nunca fue tan necesaria una democracia bien cimentada, un pueblo razonable, un programa económico serio y ambicioso. Colombia, más por obra y gracia de Dios que por nuestro merecimiento, está llena de posibilidades y riquezas. Nuestra gente está muy lejos de ser torpe, tenemos una clase dirigente instruida y capaz, una tierra privilegiada, un subsuelo cargado de riquezas, mares generosos, aguas fecundas, selvas sin precio. ¿Qué nos falta? Juicio y liderazgo.
Y aquí es donde aparece de nuevo el fantasma de la revolución comunista. Esa revolución que nunca ganó porque la impusieran mayorías advertidas en procesos limpios. El comunismo nunca ganó sino por el ardid, la trampa y la violencia.
Que es, precisamente, en lo que andamos. Álvaro Uribe en la cárcel, deshonrado y abandonado, como lo quieren sus enemigos, es otra condición de su éxito. Hay que callar esa voz y dominar esa energía imbatible.
Estamos en vísperas de la decisión de la Corte inquisidora para enviar el expediente contra Uribe a la Fiscalía, como que se trata de investigar un ciudadano sin fuero, y ya sabemos su contenido y alcance. El jefe de esa conspiración, ese tal Barceló que no vacila en practicar pruebas delictivamente y en valerse de ellas, ya dio la voz de partida para la nueva iniquidad. Con sofismas mal engarzados le ha dicho a su cauda cómo debe dictar la providencia. Sin pudor y sin reservas. Y así vendrá el nuevo auto. Los instructores de la Corte, serviles instrumentos del asalto comunista, se proponen mantener a Uribe entre sus garras. La presa no se suelta.
Las cuentas claras y el chocolate espeso, decíamos desde niños. Y ahí está el chocolate y ahí las cuentas.
Como ganamos el NO que nos robaron, tenemos que ir a esta batalla, que puede ser la última. Si no estamos unidos en defensa de la Libertad, la Democracia, la Justicia, nos aplastan. Como en aquella ocasión, no seremos inferiores a nuestro destino. Si no hay un Jefe, tendremos que buscarlo. Si no hay recursos, nos los inventamos. Unidos, seremos invencibles. El comunismo no pasará. Esta vez tampoco.