Por: Fernando Londoño.
Fuimos los primeros en ensayar la terapia constitucional para resolver todos los problemas del país.
Nos metieron en la trampa de la séptima papeleta y en la ultra famosa Constitución del 91, que en últimas se abrió camino por un solo voto en la Corte Suprema de Justicia, el del conservador Hernando Gómez Otálora.
Así que convocaron elecciones para reunir una Asamblea Nacional Constituyente, de la que saldría la Carta Salvadora, la Carta Magnifica, el Bálsamo de Fierabrás que cura todos los males.
No lo recuerdan los que pregonan con tanta emoción este hecho sin paralelo, pero fue la votación menos nutrida de la Historia de Colombia. El último Constituyente obtuvo 20.000 votos, lo necesario para elegir Concejal en un pueblo pequeño.
Tampoco ponen de presente los historiadores que la primera decisión que tomó esa Asamblea fue la de prohibir la extradición de colombianos al exterior, por orden expresa y terminante de Pablo Escobar. Nuestra maravillosa Constitución vigente tuvo semejante padrino.
Luego vino esa historia triste, donde un grupo largo de constituyentes no sabía qué era una Constitución y ni había abierto ese librito despreciable.
La Constituyente fue convocada para modificar ciertos temas específicos, pero ella decidió que era competente para todo. Fue cuando el asunto llegó a la Corte y donde el voto de Gómez Otálora sirvió para uno de los prevaricatos más lamentables de la Historia.
Como no podía ser de otra manera, el resultado fue una Constitución caótica, con visos de izquierda y de derecha en ciertos temas esenciales: en el más importante de ellos, en los artículos 333 y 334. Léalos para comprobar que en el primero se consagra una economía liberal y en el que le sigue una marxista leninista en el que “la dirección general de la economía estará a cargo del Estado”. ¿Cuál prevalece? El que le da la gana a los intérpretes, empezando por la hoy santista Corte Constitucional.
Ese laberinto ha llevado al récord mundial de reformas a una Constitución. Ya la pobre, tan mal trajeada, está irreconocible.
Los malos ejemplos abren camino. Y ese fue el que tomó Hugo Chávez, quien tuvo la desvergüenza de jurar su mandato sobre esta “moribunda Constitución”.
Y ahí fue Troya para Venezuela, que por cuenta de su magnífica Constitución pasó de ser el país más rico de América a uno de los más pobres del mundo. Se le perdieron tres millones de barriles de petróleo por día, la autarquía alimentaria, las empresas industriales, la producción energética, todo. Más de cinco y medio millones de venezolanos que están en el exilio, dan buena cuenta de lo que pasó.
A pesar de esos antecedentes, estamos en plan de repetir la Historia. Comienza el nuevo experimento por Chile, donde los muchachos de hoy no supieron lo que sus padres, tan descuidados ellos, no les quisieron contar. Y ello fue que por la traición de la Democracia Cristiana llegó al poder el comunismo representado por Salvador Allende. Y que ese sujeto, dirigido personalmente por el tirano de Cuba, Fidel Castro, arruinó el país, sin contemplaciones. Lástima que esta juventud extraviada no supiera lo que era hacer interminables colas para comprar un pedazo de pan.
Tampoco les contaron a estos juveniles reformistas, que gracias al manejo económico de los llamados Chicago Boys, Chile se recuperó y se convirtió en el país más rico de América Latina. Y que por esa economía capitalista liberal, florecieron las empresas, se multiplicaron las exportaciones y el crecimiento económico llegó a niveles de pasmo. Y que ellos gozan de un medio lleno de oportunidades, con muy bajos índices de pobreza y prácticamente sin miseria. Pero ahora quieren una Constitución nueva que los devuelva a los años de Allende. Para la estupidez no hay remedio conocido.
Ahora es el Perú el que quiere la misma terapia. El que parece ser Presidente electo, un profesor que se dedicó a enseñar porque no pudo aprender, quiere convocar una Constituyente. Seguro que ganan, allá también, los independientes. Los que quieren un marxismo salvador como el de Cuba, el de Venezuela, el de la Chile de Allende o el Perú de Velasco Alvarado. Veinticinco años de prosperidad y crecimiento no ha sido antídoto para esta otra idiotez.
Y nadie se equivoque, esa es la receta que nos traen. Si Petro o Fajardo llegaren a presidentes, empezarán su mandato por convocar otra constituyente redentora. Y así podremos disfrutar de otra miseria sin orillas. Solo que la nuestra vendrá con un agravante. Y es que no tendremos para donde salir a buscar un plato de comida. El comunismo que nos recetan habrá hecho el milagro de convertir todos estos países a una pobreza tan absoluta que no habrá para donde salir corriendo. Que viva la Nueva Constituyente. La que tenemos no es suficientemente mala…