Por: José Félix Lafaurie Rivera
Desde siempre, el país ha reclamado decencia y ha rechazado la política en beneficio de mezquinos intereses, la “politiquería” como parte de un perverso concubinato entre poderes que se dicen autónomos; pero cuando alguien llega a enderezar, a convocar un gran acuerdo para quitarle los “costos” a lo que ahora llaman “gobernabilidad”, a recuperar la dignidad del quehacer político y el servicio público, entonces la misma clase política deja a un lado sus rencillas para hacer frente común, pero no en defensa del interés general –ni se piense–, sino de la preservación de privilegios y corruptelas –el poder–, a costillas de los impuestos que usted paga y de una institucionalidad convertida en moneda de cambio.
Hoy la noticia política es la “Nueva Coalición” entre Cambio Radical y los partidos Liberal y de la U, que no es otra cosa –dicen– que la resurrección de la Unidad Nacional. Llega disfrazada de nobleza y con agenda legislativa propia: que la defensa de la paz, que el derecho a no padecer hambre, que la salud al alcance de todos, que la seguridad vial, que la reforma de la justicia, etc.
No obstante, ni los medios ni la opinión les comieron cuento, aunque juraron que no son oposición, que no buscan participación en el Gobierno, que no van en contra de nadie, que su intención es “constructiva” y solo pretende “llenar un vacío legislativo” que, dicho sea de paso, le achacan al Gobierno eludiendo sus propias responsabilidades.
Mientras insisten en sus buenas intenciones, Gaviria, Vargas Lleras e Iragorri, tras bambalinas, mueven los hilos para torcerle el brazo a Iván Duque, en un pulso que no es entre Gobierno y oposición, sino entre la preservación de la justicia como institución democrática y la defensa de la impunidad del Acuerdo con las Farc, y claro, entre la recuperación de la dignidad en la política y en el oficio de gobernar, y la continuidad de las costumbres que llevaron al país a niveles aberrantes de corrupción.
A pesar del ropaje de legislar para los problemas del pueblo, dejan entrever sus intenciones cuando repiten con arrogancia: “Que el Gobierno se dedique a gobernar”, desconociendo la legítima iniciativa gubernamental en la formación de las leyes; o cuando confiesan que “Nos une la defensa de la paz y la coincidencia contra las objeciones de la JEP”.
Por ahí va el agua al molino; es una gavilla para minar la confianza ciudadana en el presidente Duque, para no dejar gobernar, para despreciar la invitación al consenso, para bloquear las iniciativas legislativas del Gobierno sin cumplir con su responsabilidad constitucional de debatirlas. Frente a las objeciones a la JEP, la orden a las bancadas es oposición sumaria.
Sin embargo, la coalición ya mostró sus debilidades. La U se apresuró a acomodarse tras su parapeto de “partido de gobierno”, algunos sectores de Cambio Radical no aceptaron la disciplina del coscorrón, y los liberales muestran cada vez más el cobre de sus intereses clientelistas y electoreros, mientras la izquierda promueve el levantamiento popular y, ni siquiera de cara a las próximas elecciones sino con la mira en 2022, sonríe frente a quienes le apuestan al fracaso del Gobierno.
Es un pulso que no se puede perder porque está de por medio el futuro próximo del país. Iván Duque no abandonará su propuesta de un gobierno concertador pero independiente, sin chantajes clientelistas ni peajes para la gobernabilidad. La historia se lo reconocerá.
Nota bene. Bloqueo legislativo de la Nueva Coalición; bloqueo violento de la minga y reaparición de los estudiantes, también con violencia inusitada. ¿Casualidad?