Por: Margarita Restrepo
No viene al caso repetir los argumentos que son ampliamente conocidos y que están a punto de convertirse en lugares comunes, lo que no significa que no sean ciertos. Tampoco es menester insistir en lo nefasta que ha resultado la herencia que nos dejó el gobierno anterior, porque los efectos de ese legado los estamos padeciendo día a día.
Estoy refiriéndome al problema de los cultivos ilícitos y la desventaja que en la lucha frente a los mismos tiene la sociedad colombiana por cuenta de la prohibición de la fumigación de los cultivos ilícitos.
La erradicación manual emprendida por el gobierno del presidente Duque ha arrojado muy buenos resultados, pero desafortunadamente los niveles de resiembra siguen siendo muy elevados. Por un lado, nuestra Fuerza Pública, haciendo un esfuerzo monumental, arranca miles de hectáreas cultivadas, y paralelamente los grupos ilegales deforestan bosques nativos para llenarlos con plantas de coca.
Esa dinámica solo puede quebrarse cuando los aviones de fumigación tengan autorización para alzar vuelo y asperjar las grandes extensiones de coca. ¿Con qué? Pues si el debate es el glifosato, entonces habrá que buscar herbicidas de igual o mayor eficacia que aquel, y que no tengan efectos colaterales contra el medio ambiente y las personas.
Los grandes problemas de Colombia empezarán a superarse cuando los criminales no cuenten con recursos para aterrorizar a la población. Mientras haya coca, habrá oxígeno para los terroristas.
Pensemos entonces en las alternativas que haya a la mano. No sigamos mirándonos el ombligo, debatiendo sobre el glifosato, herbicida que, hay que reconocer, es de gran eficacia, pero su utilización efectivamente genera afectaciones contra la naturaleza.
Creo firmemente en los avances de la ciencia y, sobre todo, en los productos de uso agrícola en un mundo donde cada vez existe una mayor conciencia respecto de la protección del ambiente. Es importante, entonces, que se exploren nuevas alternativas y herramientas que sean útiles y efectivas para que el Estado colombiano pueda empezar a fumigar sin contemplación a miles de hectáreas de coca que inundan a nuestra geografía.
Además de la erradicación -ya sea manual o a través de la asperja-, es importante -yo diría imperativo- que se fortalezcan los mecanismos para controlar los nuevos sembradíos. Las cifras no son alentadoras y debemos redoblar esfuerzos. Los riesgos que corren las personas desplegadas a la erradicación manual son inmensos. 25 miembros de la Fuerza Pública han perdido su vida desde que comenzó el gobierno del presidente Duque y se puso en marcha el ambicioso plan de erradicación manual. Los terroristas, se han encargado de sembrar minas antipersona y ubicar francotiradores en las zonas aledañas a las plantaciones de coca.
Queda más de un año de gobierno. Estos meses no serán suficientes para acabar de una vez con las plantas malditas, pero sí para ponerle el acelerador a una dinámica irreversible a la lucha contra el flagelo. No es tarea fácil, pero sí alcanzable. Vale la pena hacer el esfuerzo.