Por: Fernando Londoño
“Lo primero que en la vida me ha parecido aprender, no es a ganar la partida, sino a saberla perder”.
Nadie le enseñó a Petro este bellísimo pensamiento del clásico castellano. ¡En verdad, dejaron de enseñarle tantas cosas!
El de la campaña fue un Petro postizo, que a muchos nos pareció casi cómico. Heredero intelectual de Murillo Toro y de Uribe Uribe y de Gaitán, Petro era conciliador, casi conmovedoramente conciliador. Hasta se dijo creyente y tentado estuvo de llegar a rezandero. Con sus manifestaciones móviles, sus recursos económicos indefinidos y con la ayuda taimada, taimada como todo lo suyo, del Presidente Santos, se sintió ganador. En la tarde electoral, sorprendido como su mentor, montó en cólera, en la cólera desenfrenada en que sigue cabalgando, queriendo arrastrar el país a lo suyo, al terreno donde se siente cómodo, el del odio y la violencia.
Petro ha resuelto volverse dueño de cuanto asesinato causa la paz de Santos, a la que también le apostó, y que consiste en dejar libres todos los mecanismos de la barbarie que habitan en Colombia. No hay muerto que no sea partidario suyo.
Lo que está pasando en Colombia es atroz. Los líderes sociales caen acribillados en todas partes, a todas horas. Las emboscadas a la Fuerza Pública se multiplican, como en los peores días, y crece como la espuma la causa real y efectiva de esta catástrofe que son la cocaína y su tráfico maldito.
Petro no habla del tema. El rabo de paja que carga en la materia es demasiado obvio, como para que se atreva arrimarse a esa candela. Los jóvenes que se dejaron embaucar por su oratoria, tan mediocre, tan aparatosa, tan de circo barato, no saben que el M19, al que Petro perteneció siempre, no solo era una organización terrorista creada por las FARC para golpear en las ciudades, sino que se meció en la cuna perversa del narcotráfico. La peor tragedia de la Historia de Colombia, el asalto al Palacio de Justicia, fue en todo ejecución compartida entre los socios criminales de Petro, los del M19, con dinero y armas que puso en sus manos el cartel de Medellín, por orden expresa de Pablo Escobar.
Petro no entró en armas al Palacio porque estaba preso por actos terroristas por los que nunca recibió amnistía ni indulto. Hábil como es, pasó de agache, como dice el pueblo nuestro cuando alguien elude el peligro o las responsabilidades. Pero nunca condenó esa barbaridad. Mucho mejor. La ha señalado como obra perversa del Ejército y se ha solidarizado con las víctimas, las que de verdad lo fueron y con los que acribillaron a las víctimas, sus compañeros de andanzas delincuenciales.
Petro está impedido para tocar el tema que nos mata, el narcotráfico. Motivo suficiente de sus hondos silencios sobre la causa eficiente de la tragedia colombiana. De los líderes muertos. Del terrorismo atroz. De nuestra vergüenza ante el mundo. De la deforestación de nuestros bosques, la ruina de nuestros ríos, el desplazamiento de más de siete millones de compatriotas, la quiebra de la industria, el desempleo de los jóvenes.
En una democracia decente los perdedores reconocen su derrota, felicitan al ganador, y lo dejan gobernar en paz, cuando menos un año. Ese tiempo que los politólogos franceses, los mejores del mundo, llaman “la gracia del Estado”, en el que el gobernante hace lo que puede y se prepara para las horas difíciles que no tardan en llegar.
Pero con Petro, nada de esto existe. Petro ha llamado a la guerra y la emprende contra todo y contra todos en un lenguaje feroz y en una actitud desafiante, como la de sus peores épocas.
Hemos sido víctimas de los primeros ataques de su estilo inconfundible. Sus seguidores, que utilizan las llamadas redes con profusión y alevosía, amenazan de muerte los periodistas que nos acompañan, sin que pase nada, y se las ingenian para que la gente crea que estamos diciendo lo que no hemos dicho, que injuriamos gente que enfrentamos sin herir y que llegamos a proponer actos salvajes de “limpieza” contra los petristas. Porque Petro cree que nos parecemos a él y que pensamos y obramos como él ha obrado y pensado siempre. No falta el que tome por cierto lo de la limpieza y nos mande poner otra bomba lapa, como la que ya nos pusieron los que en estas elecciones acompañaron a Gustavo Petro con tanto entusiasmo. Todo está fríamente calculado. Inclusive la ineptitud de quien debiera tomar en serio estas cosas, el señor Fiscal, obligado por mandato de la Ley a impedir que a propósito de la defensa de la Colombia Humana, se practique el más inhumano terrorismo.
De Petro no hay nada bueno que esperar. Mucho, sí, de la sensatez de los colombianos.