Por: Rafael Nieto Loaiza
Marlon Marín, sobrino de Iván Márquez, capturado en la operación contra Jesús Santrich, negoció con los Estados Unidos y hoy es testigo protegido. Tiene información valiosísima sobre la participación en narcotráfico de otros miembros de la cúpula de las Farc y sobre el entramado de corrupción que hay entre amigos de gobierno y de esa guerrilla en torno a la implementación del pacto de “paz”.
Casi de inmediato su tío, el comandante, anunció que en “atención a la situación, y mientras se tienen mayores claridades y certezas”, se trasladaba a la zona de desmovilización de Caquetá. De acuerdo con la prensa, Santrich le advirtió a Márquez que el “próximo capturado sería él”. El traslado de Márquez no es otra cosa que su huida. En las narices del gobierno Santos. Pregunto: ¿además con su complacencia?
Mientras tanto, Erna Solberg, primera ministra de Noruega, visitaba Colombia. Una parte de su agenda se desarrolló bajo el absoluto silencio de los dos gobiernos. Pero no contaban con que dos comandantes, Pastor Alape y Victoria Sandino, contarían en sendos trinos que se reunieron con Solberg y habrían discutido con ella la captura de Santrich, de la que ya estaban advertidos por cuenta de un soplón ex guerrillero que hace parte de la Unidad Nacional de Protección y que a su vez recibió la información de un coronel retirado de la Policía. ¿Si la captura de Santrich no se hubiera acelerado, habría viajado a Noruega? ¿O la conversación sobre los probados vínculos del comandante con el narcotráfico solo avergonzó a Solerg, cuyo gobierno no solo es garante del proceso sino que premió a Santos con un Nobel por una paz que no existe y por un pacto de impunidad con una organización que está metida hasta el cuello en el narcotráfico?
Unos días después, tras el asesinato de tres periodistas por una supuesta “disidencia” de las Farc, Lenin Moreno, presidente del Ecuador, retiraba a su país como sede de los diálogos con el Eln y se preguntaba si en realidad las Farc habían dejado el narcotráfico.
Más allá de las dudas y preguntas que levantan los episodios, conectados los unos con los otros, una vez más se demuestra que el narcotráfico es el centro de gravedad de la violencia en Colombia. Y que si no se resuelve, la “paz” no será posible. El narcotráfico es una plaga que exige soluciones drásticas y de fondo, no pañitos de agua tibia ni actitudes complacientes. El pacto con las Farc no solo no resuelve el problema sino que, no me cansaré de decirlo, lo fomenta a través de un conjunto de incentivos perversos que deben desmontarse.
Para empezar, hay que retomar la erradicación forzada y la fumigación aérea y desmontar la salvaguardia que impide por dos años perseguir penalmente a los narcocultivadores. En paralelo, hay que eliminar la posibilidad de tratar el narcotráfico como un delito conexo a los delitos políticos y, en consecuencia, objeto de amnistía e indulto. Hay que establecer plazos muy cortos para alcanzar acuerdos de erradicación voluntaria con los narcocultivadores y asegurar la presencia integral del Estado en las zonas cocaleras. Se deben poner en marcha mecanismos muy ágiles para proceder a la extinción de dominio de los terrenos y bienes usados para el narcotráfico. Hay que reparar la ruptura al principio de igualdad frente a la ley que supone tratar mejor y darle beneficios a los campesinos que siembran coca, amapola o marihuana que nunca han tenido quienes siembran cultivos lícitos. Y desmontar el mecanismo de lavado de activos acordado con Santos y obligar a las Farc a que entreguen sin dilación su fortuna, so pena de perder todos los beneficios pactados e ir a la cárcel para pagar por la totalidad sus delitos. Para terminar, hay que obligarlos a entregar, todos y de una vez, rutas, laboratorios, narcocultivos, cómplices.
La actual situación solo contribuye al crecimiento exponencial del problema. El mar de coca en que vivimos por cuenta del pacto con las Farc no es solo deforestación, daño ambiental y cifras enormes de hectáreas cultivadas. Es el daño a nuestra economía por la revaluación del peso, el contrabando, el lavado de activos y el desmoronamiento de nuestra industrial. Es la imposibilidad de encontrar mano de obra para el café, porque la tarea de recolección del grano es similar a la de los raspachines. Es la crisis perpetua en las fronteras. Es la tragedia que hay detrás de cada uno de los episodios de corrupción y violencia que hemos vivido en estas dos últimas semanas.
Debemos entenderlo de una vez por todas: ¡es el narcotráfico o nosotros!