José Félix Lafaurie Rivera
@jflafaurie
Cuando muchos lectores lean estas líneas, habrá sucedido lo que vaticino con esperanza y convicción: el triunfo de Iván Duque. El triunfo de la coherencia.
Ghandi la define como armonía entre lo que se piensa, se dice y se hace. Sin menoscabo de la necesaria flexibilidad frente a la realidad cambiante, esa armonía debe ser, por el contrario, inflexible en los principios. La coherencia es la base de la credibilidad, que está detrás del triunfo de Duque en el mecanismo de selección de su partido, en su victoria contundente en la consulta interpartidista, y en la mayor votación histórica de un candidato en primera vuelta.
Detrás de esos resultados está la acción política de un partido que, durante ocho años, puede preciarse de su independencia frente al poder. Detrás de esa acción política hay un norte ideológico, unos principios, que orientaron el mandato ciudadano triunfante en el plebiscito, birlado vergonzosamente por el Gobierno. Y en la defensa de esos principios y esa acción política, un candidato de excelencia: Iván Duque, un colombiano joven, preparado y sin prevenciones.
Su programa es coherente porque es fruto de la reafirmación de principios y convicciones. El imperio de la ley y la justicia –LEGALIDAD– como fundamentos de convivencia y condiciones para el desarrollo. Sobre esa base, que incorpora la lucha contra la corrupción y el delito, surge la promoción del EMPRENDIMIENTO que permite crecer, con decisiones audaces pero posibles, a partir de la austeridad del Estado. Finalmente, LA EQUIDAD como resultado, no solo por más y mejor empleo, sino por mayor capacidad del Estado para garantizar salud, educación y demás condiciones que acorten la brecha de inequidad.
Es un programa coherente con la realidad del país, como han sido coherentes con esa propuesta política las actuaciones en su vida pública internacional y como congresista; y esa propuesta es coherente con los principios de su partido.
La consistencia es también coherencia. A lo largo de la campaña, Duque no cambió su propuesta fundamental. No se apropió de ideas ajenas y nadie ha tenido que obligarlo, a última hora y a cambio de votos, a jurar que no hará lo que apenas ayer había prometido hacer, como le tocó a Petro ante un país asombrado por su pirueta.
La lealtad es coherencia. Duque reconoce su admiración por Álvaro Uribe y su pertenencia al Centro Democrático, pero deja claro que gobernará con todos y para todos. Aceptó las adhesiones inherentes al sistema de dos vueltas, pero no vendió al mejor postor la burocracia ni sus principios.
Ahora invito a los colombianos a la coherencia. Sin distingos y sin menoscabo de su derecho al disenso, los invito a aceptar el mensaje del presidente Duque, a pasar la página de la polarización y a unirnos, desde la diferencia, para trabajar juntos por el futuro de Colombia.