Se fue con Abdón Espinosa Valderrama una generación entera, una parte fundamental de la Historia de Colombia. Estaba destinado para ser el Notario de un proceso vital que se ha cerrado. Y cumplió con creces ese encargo que la vida le puso.
Lo conocí en la plenitud del Frente Nacional, que cerró para siempre el episodio trágico del enfrentamiento entre los partidos. Carlos Lleras Restrepo fue el tercer Presidente de esa época, tan mal y pobremente comprendida. Y hubo de gobernar en medio de una crisis atroz, porque Colombia no producía nada distinto de petróleo y café. Como ahora, cincuenta años después.
Lleras tenía claro su deber ante la Historia y formó el equipo que lo ayudaría a salvar el país de esa penosa condición de mono productor y mono exportador.
Abdón Espinosa fue el hombre clave de ese proceso transformador y el gran ejecutor de esa política salvadora. Fue el Ministro de Hacienda en la etapa más dura de la hacienda colombiana. Al propio tiempo, con Antonio Alvarez Restrepo debía ser el fundador de una mentalidad nueva y distinta. La mentalidad exportadora, que nos rescataría del subdesarrollo para abrirnos las puertas del porvenir.
El Decreto 444 de l.967 no fue un accidente normativo como tantos ni un acto de fe pasajera en un nuevo destino histórico. Mil veces traicionado e incomprendido, como ahora, el ímpetu exportador debía ser un cambio de posición ante la vida, una conversión del país pastoril en el país industrializado, competitivo, vuelta la cara al mundo del desarrollo por el trabajo, la tecnología, la ciencia la confianza en nuestras posibilidades para participar en el gran banquete de la modernidad.
Cuando se quería hacer burla de la gestión de Abdón Espinosa como Ministro de Hacienda, se decía con sorna que no era gracia la suya, porque el Ministro verdadero era Carlos Lleras. Sin quererlo se le hacía hermoso homenaje a Abdón, a la lealtad con unos principios, a la eficacia con que se debían traer a la realidad, a la capacidad de soportar aquellos terribles momentos de penuria, cuando todas nuestras exportaciones no tradicionales apenas llegaban a los treinta millones de dólares anuales.
Pasaron muy cortos años y llegábamos a los mil millones de dólares de esas exportaciones, tan pujantes y prometedoras que llevaron a López Michelsen, en el desespero por la monetización de esos ingresos y a las presiones inflacionarias consiguientes a llamarlas ese “embeleco” de Carlos Lleras. Pero para apagar el incendio no bastaba una frase tan poco feliz. Se necesitaba en el timón al hombre capaz de sacar el país del desastre inflacionario. Y, vaya con las ironía de la Historia, López tuvo que llamar al gran creador del embeleco, a Abdón Espinosa, para que le apagara el incendio. Y fue su segunda gesta prodigiosa por la salvación nacional, cortando de raíz la cabeza a la hidra del 32% de inflación, que era la verdadera, de la que el país no podría recuperarse nunca, y devolviéndole a los empresarios, a los obreros, a la gente, su fe en el destino exportador de la Nación.
Nos hemos tardado mucho en llegar al corazón del problema que este gran hombre nos plantea. Porque hasta donde vamos quedaría en el ánimo la idea de que fue Espinosa un gran economista y nada más o muy poco más. Lo apasionante de la biografía de Abdón Espinosa, es que la vida lo hizo economista, y qué economista, por accidente o necesidad. Porque su vocación real y verdadera fue la de un intelectual y pensador, de esos que tan trabajosamente se dan en la historia de un pueblo. De un intelectual del estilo de un Ortega y Gasset o en Colombia de un Plinio Apuleyo Mendoza, por ejemplo, dedicados a meditar en los grandes asuntos de su tiempo y en abrir espacios a una época, a un mundo, a una forma nueva de entender la vida en un medio tan pobre como el nuestro
Si algún curioso de la Historia de Colombia quisiera entender de primera mano la vida de Colombia en estos últimos cincuenta años, le bastaría con leer las Espumas de los Acontecimientos de Abdón Espinosa Valderrama. Para estar de acuerdo o en desacuerdo, como los estuvimos tantas veces, pero aceptando el apasionante desafío de un pensamiento compacto, sólido como una roca, sin dobleces ni entregas, sin traiciones ni alevosías. Liberal creyente en las posibilidades del Estado, diríamos que Keynesiano a ultranza, analista severo, escritor de una perfección casi desesperante, Abdón Espinosa vivió como murió, fiel a sus principios, patriota sin par, contradictor generoso y hombre intachable en este medio de políticos y escritores mediocres, interesados y viles.
Tenemos que confesar nuestra emoción casi filial en esta despedida. Por esas vueltas extrañas de la vida, le decimos adiós, con todo lo que ello implica, al tío bisabuelo de dos de nuestros nietecitos adorados. Que el recuerdo de esta vida que se apagó, sea compromiso con los más altos valores cristianos y humanistas para Juan Pedro y Eloísa y para todos los de su generación.