Durante dos largos y agobiantes meses, tuvimos que soportar el afrentoso encierro del presidente Uribe quien fue privado de la libertad en medio de un proceso judicial colmado de irregularidades y en el que él es víctima y no victimario, como tramposamente hizo creer un sector politizado de la justicia de nuestro país.
Desde hace una década y media, Iván Cepeda ha estado visitando cárceles de Colombia y los Estados Unidos en procura de testimonios que vinculen al presidente Uribe y a su hermano Santiago con grupos paramilitares.
Valiéndose de su cercanía con una ONG y de su condición de supuesto defensor de los Derechos Humanos, a muchos delincuentes que contactó les ofreció dinero y asilo político para sus familias en Suiza, Canadá o Francia.
Cuando conoció algunos detalles de lo que estaba sucediendo, el presidente denunció los hechos ante la corte suprema para que procediera a adelantar la respectiva investigación en contra de Cepeda.
El proceso dio un giro dramático. El magistrado encargado del caso, en vez de avanzar en contra del congresista amigo de las Farc, resolvió cerrar ese caso y abrir uno contra el presidente Uribe, sustentándose en unas interceptaciones telefónicas ilegales.
Pero además de la ilegalidad de dichas chuzadas, en las mismas queda claro que el presidente Uribe no habla de cometer delito alguno.
No obstante, con el testimonio de los falsos testigos de Cepeda y de las interpretaciones y manipulaciones de las interceptaciones, se decretó la captura del presidente.
Las injusticias producen tristeza y desolación. Aquellos que no han tenido la posibilidad de enfrentar y derrotar al uribismo en las urnas, se lanzaron al lodazal de la guerra sucia, promoviendo acciones judiciales en contra de Álvaro Uribe con el propósito de sacarlo del camino a las malas y a través de acciones tramposas.
Ahora que el presidente ha podido recuperar su libertad como consecuencia de su renuncia al Senado, tendrá oportunidad de defenderse y de luchar por el restablecimiento de su mancillado honor.
Lo que se ha hecho en contra de él, no tiene perdón de Dios. No existe una sola evidencia que permita avizorar un comportamiento ilegal o indigno. Todo lo contrario. Tal y como se puede oír en las conversaciones telefónicas ilegalmente grabadas, el presidente es insistente en que todas las acciones que se fueran a emprender gozaran de la mayor legitimidad. En múltiples apartes de las grabaciones se oye a un Álvaro Uribe pidiendo única y exclusivamente “que se conozca la verdad”.
Varios cientos de miles de colombianos que votaron por él para el Senado de la República, han perdido a su representante en la Cámara Alta. Aquel, ha sido el costo que nuestra democracia ha tenido que asumir. El Congreso perdió quien fuera su mejor parlamentario. Disciplinado, puntual, juicioso, riguroso, creativo, siempre dispuesto a encontrar soluciones frente a los temas más complejos del país. Así era el presidente Uribe desempeñando su labor como Senados.
Pero lo que más importa, lo que más nos regocija es que lo tenemos de nuevo con nosotros. Segura estoy de que, a pesar de haber renunciado a su asiento en el Capitolio, el presidente Uribe continuará liderando al Centro Democrático, dándonos sus luces, compartiendo con nosotros su conocimiento y su experiencia y, como siempre, trabajando de sol a sol y a brazo partido por Colombia.
Solo me resta decir, embargada por la emoción: ¡Bienvenido a casa, presidente Uribe!